Geopolítica y concheros: el Miss Universo estalla en Tailandia y expone la interna del negocio de la belleza

Lo que empezó como un incidente menor en la ceremonia de bandas del Miss Universo terminó convirtiéndose en un terremoto geopolítico del glamour. La pelea entre el empresario tailandés Nawat Itsaragrisil y la representante mexicana Fátima Bosch derivó en una rebelión de candidatas y en la intervención directa del nuevo dueño del concurso, el mexicano Raúl Rocha Cantú, un magnate del entretenimiento con ambiciones regionales.

El hecho, registrado en vivo durante un evento en Bangkok, mostró a Itsaragrisil —presidente del comité anfitrión— gritándole “dumbhead” a la candidata mexicana por no asistir a una sesión promocional. Bosch abandonó el escenario y otras delegadas la siguieron. En cuestión de horas, el episodio ya era tendencia global y el video acumulaba millones de vistas. Un nuevo tipo de feminismo en conchero asoma. 

Geopolítica de la belleza

Pero detrás del espectáculo, el conflicto tiene más que ver con la puja por el control del negocio Miss Universo: un formato millonario que busca reinventarse en medio de la caída de ratings, el auge del feminismo y la creciente competencia de las plataformas digitales.

Desde que Rocha Cantú (empresario ligado al Grupo Legacy y con vínculos con la televisión mexicana) adquirió la franquicia global en 2023, el certamen intenta una “latinoamericanización” del glamour: giras en Cancún, coaches de Medellín, diseñadores de Caracas y patrocinios de marcas mexicanas. Esa reconfiguración tensionó el histórico eje asiático, donde Tailandia, Filipinas y Vietnam concentraban producción, casting y turismo de certámenes.

“It­s­a­ra­gri­s­il representa el viejo orden”, dijo una fuente del entorno de Miss México. “El nuevo management quiere desplazar a los organizadores locales y centralizar el negocio en América Latina, donde hay público, narrativa y sponsors. Este escándalo fue el chispazo”.

La versión asiática, en cambio, sostiene que el mexicano desembarcó con modos imperiales: cambió contratos, exigió exclusividad y restó margen a las delegaciones nacionales. “No es empoderamiento, es colonización del show”, deslizó un empresario tailandés del sector.

La pelea estalló justo cuando Miss Universo negociaba su nueva sede para 2026 y buscaba relanzar su modelo de franquicias. Tailandia pretendía retener el certamen con financiamiento público y privado. México, en cambio, quiere llevarlo a un circuito itinerante con epicentro en Cancún o Punta Cana, aprovechando la conexión regional con sponsors de belleza y moda. Cualquier tufillo a turismo sexual no es mera coincidencia.

El episodio de Bosch fue así una metáfora perfecta del choque entre dos modelos de negocio: el del turismo asiático que hace del certamen una vitrina nacional, y el latinoamericano que apuesta a convertirlo en un producto de exportación cultural.

Tras el escándalo, Rocha Cantú despidió al director tailandés y anunció “una revisión profunda de las prácticas locales”. En Bangkok, la prensa lo leyó como una humillación nacional. En Ciudad de México, como una muestra de poder.

La final sigue programada para el 21 de noviembre. Pero la pregunta ya no es quién ganará la corona, sino qué bloque logrará quedarse con el cetro del negocio Miss Universo: el de los empresarios asiáticos que transformaron el concurso en una industria turística o el de los nuevos inversores latinoamericanos que quieren capitalizarlo como un símbolo de poder blando y exportación cultural.

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