Cuando Julieta quiso abrir su propio mail para buscar trabajo, Google le avisó que ya tenía una cuenta desde 2009. “La había creado mi mamá para anotarme en un curso de inglés. Tenía mi nombre, una contraseña que nunca supe y más de diez mil mails de suscripciones viejas, cadenas de oración y fotos que ni sabía que existían.” Tenía doce años cuando le dieron su primer celular, pero su vida digital ya tenía ocho.
Como ella, muchos jóvenes porteños están descubriendo que nacieron con identidades digitales heredadas. Cuentas de Facebook creadas “para compartir fotos con los abuelos”, perfiles de Instagram con sus ecografías, canales de YouTube con videos de sus primeros pasos. En algunos casos, sus padres incluso abrieron perfiles de LinkedIn “para que el chico empiece con el pie derecho”.
“Somos la primera generación que llega a la mayoría de edad con pasado digital ajeno”, dice Tobías Kruger, estudiante de Comunicación de 19 años, que lidera un grupo autodenominado Huérfanos del Algoritmo, con sede en Parque Centenario. Se reúnen los viernes a la tarde, comparten capturas, y aprenden a borrar sus huellas: “Nuestros padres subieron todo —fotos del baño, berrinches, cumpleaños— sin pedirnos permiso. Y ahora Google me recuerda mi infancia mejor que yo.”
Los psicólogos hablan de un nuevo tipo de trauma: la exposición prematura. “La construcción del yo en redes comienza antes del yo real”, explica Marina Bascoy, especialista en adolescencia digital. “Estos jóvenes no sólo enfrentan la mirada del otro, sino la de su propio pasado fabricado. Su historia está escrita en una base de datos.”
Algunos casos bordean lo distópico. Una pareja de Caballito, fanática del registro, creó un canal familiar en 2010: “La vida de Ramiro”. Subían un video cada mes. Al cumplir 18, el joven exigió que lo borraran: tenía 42 mil suscriptores. “Fue humillante —dice Ramiro—. En Internet seguía siendo un nene de jardín con un globo azul. Mis padres se ofendieron, decían que era ‘su recuerdo’. Pero el recuerdo era mío.”
En las redes más viejas, las fotos de bebés son el fósil de una época. Miles de adultos jóvenes tratan de eliminar o recuperar sus cuentas, a veces sin éxito: las contraseñas las tienen los padres, que las olvidaron. Algunas empresas ofrecen servicios de “limpieza de identidad heredada”, un mercado que crece al ritmo de la incomodidad.
“Hoy tener 18 años significa pelear con un algoritmo que te crió”
“Hoy tener 18 años significa pelear con un algoritmo que te crió”, resume Kruger. “Tus gustos, tu cara, tus primeros likes: todo fue decidido antes de que tuvieras voluntad.” En el grupo, usan una consigna medio en broma, medio en serio: “No queremos libertad, queremos formato nuevo.”
Los especialistas ven en esto una paradoja de época. “Los padres de la generación 2000 fueron los primeros en vivir la ilusión de compartirlo todo. Lo hicieron por amor y por narcisismo. Lo que nunca imaginaron —dice Bascoy— es que estaban creando personas con un pasado público imposible de olvidar.”
En los foros de los Huérfanos del Algoritmo circulan tutoriales sobre cómo “morir digitalmente” y renacer con nombres inventados. Algunos lo logran; otros no. Porque la red tiene memoria perfecta y, como ironiza Kruger en sus charlas: “Podés cambiar de casa, de país o de ideología, pero tu primera foto en pañales seguirá ahí, flotando. Internet es la verdadera madre eterna: nunca te deja ir.”

