El psicólogo social Rodolfo Blanes, egresado de la UBA y con posgrado en la Universidad de Bolonia, lleva años observando un fenómeno que —según él— define a un sector específico de la clase media porteña: la sensación crónica de que “todo se está yendo a la mierda”. Para Blanes, no se trata solo de una frase hecha, sino de un patrón cognitivo: “Son personas que, incluso cuando algo mejora, encuentran un motivo para dudar de la mejora”.
En un salón de Almagro que alquila los fines de semana, Blanes realiza los llamados “Encuentros del Desánimo”, una suerte de terapia colectiva y festival pedagógico al que asisten oficinistas, docentes, pequeños comerciantes y jubilados con espíritu lúcido. “No se trata de convencerlos de que el país va bien —explica—, sino de darles un espacio donde puedan dramatizar su catástrofe”.
Durante una de las últimas reuniones, una mujer de Caballito tomó el micrófono y gritó: “¡Esto es peor que en el 2001!”. Los demás aplaudieron. Un joven diseñador de Villa Urquiza respondió: “No, en el 2001 todavía había esperanza”. Blanes observaba desde el fondo, tomando notas. Luego pidió silencio y propuso un ejercicio: que cada participante describiera algo que todavía funciona en la Argentina. Nadie habló durante tres minutos.
La actividad —que combina dinámicas grupales y dramatizaciones— termina siempre con una “Ronda de resignación”, en la que los presentes brindan con vino y repiten una frase guía: “Esto no da para más, pero seguimos igual”. Según Blanes, esa catarsis colectiva tiene un efecto tranquilizador. “Cuando todos sienten que el país se hunde, la desesperación se vuelve comunidad”, sostiene. “El problema no es que crean que todo va mal, sino que eso les da identidad. Son narcisistas adictos a su lucidez”, explica.

