El salto de Joan Murray era rutinario. Era su número 36. El cielo sobre Carolina del Norte estaba despejado y el viento, calmo. Pero a los pocos segundos de abrir su paracaídas principal, notó que algo no andaba bien: las cuerdas se habían enredado. Tiró de la anilla de emergencia. El paracaídas auxiliar se desplegó, pero demasiado tarde. Cayó a una velocidad de unos 130 km/h, directo contra el suelo.
El impacto fue brutal. Murray se estrelló sobre un montículo de tierra que resultó ser un nido de hormigas rojas —una especie común en el sur de Estados Unidos, conocida por su agresividad y veneno neurotóxico—. Las picaduras, más de doscientas según el informe médico, le provocaron una descarga masiva de adrenalina. Fue eso, y no un milagro, lo que evitó que su corazón se detuviera pese a tener múltiples fracturas y lesiones internas.
El doctor William Franklin, uno de los primeros en atenderla en el hospital de Carolina del Norte, recordó años después: “Cuando llegó, no entendíamos cómo podía estar viva. La adrenalina natural que generó el cuerpo, combinada con el shock del veneno, mantuvo su ritmo cardíaco. Es un caso médico casi imposible”.
Durante dos semanas permaneció en coma inducido. Pasó por más de veinte cirugías reconstructivas, transfusiones y un largo proceso de rehabilitación. Al año siguiente, caminaba nuevamente. Y aunque el accidente marcó su cuerpo de por vida, transformó su historia en otra cosa: una narrativa de resiliencia.
Con el tiempo, Murray abandonó su trabajo bancario y comenzó a dar charlas de motivación. Fue invitada a programas de televisión, ciclos empresariales y conferencias TEDx. En sus presentaciones, repite una idea que el público celebra: “Todos tenemos un hormiguero en el camino. Lo importante no es evitarlo, sino aprender a seguir vivos después de caer”.
Hoy, a más de dos décadas del accidente, Murray vive en Carolina del Norte y dedica buena parte de su tiempo a trabajar con pacientes que atraviesan traumas físicos. “No me gusta cuando dicen que fue un milagro —aclaró en una entrevista con The Charlotte Observer—. No lo fue. Fue ciencia, fue cuerpo. Lo que aprendí después, eso sí, fue humano”.

