Restaurantes y repartidores coinciden en que los reclamos dejaron de ser los clásicos: ya no llegan fotos apuradas de comida fría, sino imágenes deterioradas con una precisión tan prolija que confunden al algoritmo. Supervisores de distintas cadenas señalan que, desde que la tendencia se expandió en la región, empezaron a recibir fotografías que “tienen más de inteligencia artificial que de cocina”. Y fuentes del sector explican que la operación no requiere conocimientos técnicos: hoy cualquier usuario puede modificar colores, texturas o sombras utilizando herramientas de IA integradas en aplicaciones comunes e incluso funciones de edición que ofrecen modelos como ChatGPT, capaces de generar variaciones o retocar detalles con instrucciones básicas.
Entre los repartidores, la dinámica ya es parte del paisaje. Entregan un pedido sin fallas y, minutos después, aparece en la aplicación convertido en un “incidente gastronómico” tan convincente que cuesta discutirlo. Uno de ellos contó que, en muchos casos, la supuesta comida arruinada “ni siquiera coincide con lo que entregamos”, aunque eso no impide que el reclamo avance sin obstáculos. En círculos internos se comenta que la tecnología actual permite una precisión llamativa para generar fallas que parecen perfectamente verosímiles.
En las plataformas, mientras tanto, se asume con resignación que los sistemas automáticos no alcanzan para distinguir entre un problema real y una foto cuidadosamente fabricada. Personal de soporte reconoce que muchas imágenes editadas “pasan directo” y habilitan compensaciones de manera casi automática. La sensación compartida en el sector es que, con controles todavía rudimentarios y un margen amplio para interpretar evidencias visuales, ciertos comportamientos digitales encuentran un terreno fértil. Y nadie parece decidido a frenarlos demasiado rápido.

