En la penumbra tibia de un departamento en Almagro, una lámpara de sal ilumina la escena. Sobre una camilla cubierta con telas color terracota, una mujer respira profundamente mientras una terapeuta toma notas en una libreta. “Es un lenguaje que no todos están listos para oír”, dice la guía con voz pausada. No se refiere a las cartas del tarot ni a las runas, sino al ano. Según la disciplina que practica, la anomancia, allí se esconde una escritura secreta del alma.
Nacida de las derivas más extremas del pensamiento simbólico de Alejandro Jodorowsky, la anomancia retoma una idea central de su psicomagia: que el cuerpo es un texto completo, donde cada pliegue —incluso los más prohibidos— conserva memoria emocional. De la lectura de esa geografía íntima, dicen sus practicantes, pueden deducirse traumas, deseos reprimidos y hasta anticipos del destino.
“Los pliegues del ano reflejan el modo en que nos enfrentamos al control, la entrega y el miedo”, explica Valeria Gaitán, terapeuta corporal formada en Chile y una de las pioneras en traer la práctica a Buenos Aires. “No se trata de morbo, sino de verdad: el ano no sabe mentir. Lo que allí se tensa o se abre, se repite en toda la vida.”
Las sesiones, que combinan observación, respiración guiada y análisis simbólico, cuestan entre 30.000 y 70.000 pesos y duran alrededor de una hora. En la mayoría de los casos no hay contacto físico: el consultante aporta una fotografía, o bien una descripción verbal guiada por la terapeuta. “Algunos llegan por curiosidad, otros buscando una respuesta que la psicología o la política ya no les dan”, comenta Gaitán.
Martín, 42 años, empleado bancario, cuenta que llegó a la anomancia tras una crisis laboral. “Me lo recomendó una amiga que hace biodanza. Al principio me dio pudor, pero cuando me describieron mi ano —‘cerrado pero expectante’— entendí que hablaban de mí. Me dijeron que estaba conteniendo algo que necesitaba soltar. Al mes, renuncié a mi trabajo.”
Para Lucía, 29, estudiante de arte, la experiencia tuvo otro tono: “Durante la lectura me puse a llorar. La terapeuta me dijo que mis pliegues eran asimétricos, como si hubiera una historia cortada. Me habló de mi madre y de algo que nunca pude decirle. Esa noche le escribí. Fue liberador.”
En el ambiente esotérico porteño, la anomancia ya convive con constelaciones familiares, reiki y astrología evolutiva. Algunos espacios de meditación la incluyen como “técnica de reconexión profunda”. En Palermo y Villa Crespo se ofrecen talleres introductorios bajo el lema “leer el reverso de la vida”.
Consultado sobre el fenómeno, el sociólogo Rodolfo Cabrera, investigador de la Universidad de Buenos Aires, lo interpreta como síntoma de época. “En la era Milei, donde el poder se presenta como irracional, mesiánico y antiinstitucional, proliferan las búsquedas espirituales ligadas al cuerpo. Hay desconfianza en la razón, pero también deseo de verdad. Y la anomancia ofrece algo que ni la política ni la ciencia prometen: una certeza visceral.”
El auge de la disciplina, que hace apenas unos meses era objeto de burlas, hoy gana espacio en los márgenes de la cultura porteña. En un país donde todo se lee —el tarot, la economía, las encuestas—, muchos comienzan a leer también el cuerpo. O, como ironiza Cabrera: “La Argentina ya miró demasiado hacia arriba. Ahora empezó a mirar hacia abajo… y a entenderse desde ahí.”

