A fines del verano, en medio de la inflación, los recortes y el miedo a quedarse sin trabajo, Martín A., diseñador gráfico de 42 años, aceptó una propuesta inusual. Una consultora especializada en comportamiento electoral le ofrecía un pago mensual “por opinar”. Debía responder preguntas sobre política, economía y moral, vía WhatsApp, en cualquier momento del día. “Eran 50 mil pesos por mes por dar mi punto de vista. Con Milei haciendo volar todo, pensé que era una ayuda. No imaginé lo que venía”, recuerda.
Lo que venía era una pesadilla digital. Los mensajes se volvieron constantes, obsesivos. “Una vez me preguntaron a las tres de la mañana qué me generaba la palabra orden. Otra vez, si creía que los pobres merecían subsidios o respeto. Me hacían sentir que estaba participando en algo importante. Después entendí que me estaban estudiando.”
La empresa, según supo más tarde, lo había clasificado como “progresista modelo CABA”: hombre de clase media, licenciado, usuario de redes y defensor de causas sociales. Pero cuanto más opinaba, más empezaba a cuestionarse. “De tanto explicar por qué el Estado debía cuidar a los vulnerables, terminé agotado. Un día me descubrí escribiendo que la gente necesitaba límites, que ya estaba bien de piquetes. Me asusté. Sentí que estaba pensando como un reaccionario.”
Su psicóloga, Paula Delbene, cuenta que el quiebre fue abrupto. “Martín llegó a la sesión diciendo: ‘Creo que me están reprogramando’. Mostró cientos de mensajes. Le preguntaban lo mismo una y otra vez con leves variaciones, hasta que su respuesta cambiaba. Es manipulación emocional pura.”
El sociólogo Julián Ferrero, del Instituto Gino Germani, explica que las consultoras políticas “experimentan con individuos para medir el desgaste moral de ciertos discursos”. “No buscan saber qué piensa la gente, sino cuánto tarda en dejar de pensar lo que pensaba. Martín fue, sin saberlo, un test.”
Hoy, Martín evalúa iniciar acciones legales por acoso digital y daño psicológico. Su abogado, Fernando Luján, asegura que “el caso sienta un precedente inédito”. “No hay marco jurídico para este tipo de manipulación, pero lo que le hicieron a mi cliente es una forma de experimento psicológico sin consentimiento. Lo redujeron a un algoritmo humano. Y eso, en cualquier idioma, es crueldad.”

