El problema no es solo el precio del auto —que se duplicó en dólares en los últimos dos años— sino el costo de “tenerlo en la calle”. Un seguro de cobertura media supera los 150 mil pesos mensuales; llenar el tanque ronda los 80 mil; la patente puede llegar a 100 mil por mes y el primer service oficial, unos 300 mil. Si se suma cochera o estacionamiento, el gasto mensual se dispara. En 2025, el presupuesto para un auto chico equivale a casi dos salarios promedio.
La ecuación se vuelve todavía más absurda cuando se considera que la mayoría de los 0 km se usan menos de una hora diaria. En un contexto de inflación alta, suba del combustible y salarios reales deprimidos, mantener un vehículo nuevo dejó de ser una decisión racional y pasó a ser un gesto de estatus. Cada litro de nafta es un recordatorio de que el sueño del auto propio se transformó en un símbolo de supervivencia aspiracional.
Por eso, cada vez más argentinos optan por vender, compartir o directamente no renovar su vehículo. La conclusión es cruda pero simple: en la Argentina actual, un 0 km no es un bien de consumo, sino un lujo improductivo, una extensión del viejo sueño de clase media que hoy se mide en cuotas, no en kilómetros.

