La marca Orsai, convertida por Hernán Casciari en una maquinaria cultural que combina talleres, libros, podcasts, teatro y acuerdos con plataformas, atraviesa un clima menos armonioso del que muestran sus posteos. Detrás de la estética de cooperativa feliz se multiplican quejas de varios docentes que prefieren hablar sin nombre y sin testigos. Según ellos, Casciari se aprovecha de que la gente no lee o lee mal y que esa debilidad del ecosistema cultural sostiene buena parte del negocio.
Según fuentes que integran la comunidad, el malestar explotó cuando se multiplicaron los talleres online y presenciales, cada uno acompañado de un despliegue comercial que se volvió marca registrada de Casciari. “Es un gordo tirapedos, siempre lo fue”, dice un docente que participó de varias ediciones y que, aun así, reconoce entre dientes la habilidad empresarial del creador de Orsai: “Lo que hace es una mierda, pero el negocio lo arma como nadie”. Una joven narradora señala: “Es capaz de inventar un infarto para facturar”. Otro escritor consultado, también bajo estricta reserva, se resigna: “Es tal la malaria que hay, que tuve que agarrar viaje”.
Según pudo reconstruir este medio, en grupos internos y chats de talleristas circulan quejas sobre la metodología de trabajo, los pagos y la sensación de que todo depende del humor del fundador, que ya desembarcó en Disney+, agotó funciones con Cuentos para leer en voz alta y convirtió Orsai en un startup cultural con miles de socios. Aun así, nadie se anima a plantear el tema en sus narices: “Ni loco se lo digo a él. ¿Para qué? ¿Para quedarme sin laburo?”, admite otro docente que hoy prefiere “bajar el perfil y cobrar”.
Mientras tanto, en las redes de Orsai el show continúa: nuevos cursos, nuevas audiencias, nuevas estrategias para transformar relatos en productos. Por debajo, como un murmullo que nadie quiere firmar, se mantiene la misma conclusión: todos lo critican, todos lo envidian, todos lo necesitan. Y Casciari, como siempre, sonríe desde el escenario.

