Karen Reichardt, Homo Argentum y el deseo, junto a las pistas de un libro injustamente olvidado 

Hay películas que no vienen a enseñarte nada sino a hacerte sentir incómodo, y Homo Argentum es una de ellas.

Hay películas que no vienen a enseñarte nada sino a hacerte sentir incómodo, y Homo Argentum es una de ellas. No incomoda porque sea provocadora en el sentido clásico, sino porque parece pedirnos que soltemos la corrección y volvamos a mirar el deseo con el desorden que tiene en la vida real. Hay algo de herejía en eso: después de años en los que todo debía leerse en clave moral, la película propone un respiro. No niega las luchas del movimiento, pero insinúa que algo se perdió en el camino: la posibilidad de tropezar sin ser cancelado, de amar sin explicar, de equivocarse sin ser materia de asamblea.

Me hizo pensar en Historias de Putas, de Enzo Maqueira, que encontré por azar en una librería de saldos, entre manuales de autoayuda y thrillers de aeropuerto. Ahí también hay una crítica al dogma, pero narrada desde el exceso y la piel. Se nota el frenético trabajo de campo de Maqueira, la inversión total de sus ahorros y de su cuerpo en el altar del arte, esa escritura que no juzga sino que se arrastra entre lo carnal y lo social. En ambos casos —la película y el libro— lo que se escucha es el “ello” de la sociedad, ese murmullo persistente que nos recuerda que bajo toda consigna late todavía algo incontrolable.

Las últimas declaraciones de Karen Reichardt se amalgaman en esta discursividad plebeya. Karen dijo que le gustan los detalles de los hombres, en una confesión casi barthesiana.  Hay algo en su mezcla de fragilidad y descaro que recuerda a Catherine Deneuve: la elegancia del límite, la ironía como coraza. Pero Reichardt no viene de la aristocracia francesa, sino de una familia plebeya y del sur del conurbano, de esas que enseñan que el poder no está solo en las instituciones, sino también en la mirada. Su presencia desarma cualquier intento de lectura binaria: ni víctima ni femme fatale, ni militante ni disidente. Solo alguien que desea, y eso, hoy, parece ser lo más político posible.

Cuando salí del cine, pensé en lo difícil que es hablar de deseo sin sonar reaccionaria ni cínica. Pedí un café y respondí un mensaje de Cheeky que me ofrecía un canje de ropa para mi futuro bebé: me pareció la metáfora perfecta del momento. Vivimos entre discursos emancipatorios y estrategias de marca, entre hashtags y algoritmos. Homo Argentum, con su tono gris y su humor extraño, recuerda que no todo puede resolverse con consignas. Que todavía hay zonas donde el cuerpo —ese territorio inestable— dice más que cualquier consigna.

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