Dylan, el perro que alguna vez fue más popular que varios ministros, murió este martes a los 10 años. Su nombre, inspirado en Bob Dylan, simbolizó durante un tiempo la cara amable de un gobierno que prometía empatía y terminó en un desbande generalizado. Adoptado en 2016, el border collie se volvió una presencia constante en las fotos oficiales, los videos de campaña y los paseos solitarios del expresidente por los jardines de Olivos.
Alberto Fernández lo despidió con un texto en Instagram:
“Aunque tal vez nunca te lo dije, siempre esperé que llegaras. Fuiste parte de mi vida, dándome lealtad, alegría y ternura. Me regalaste una amistad incondicional que solo algunos humanos me han dado… Dylan, mi entrañable amigo, gracias por tanto amor, que creo haber correspondido. Ahora correrás en algún paraíso en el que, seguramente, volveremos a encontrarnos. ¡Hasta siempre, amado Dylan!”
En el entorno del exmandatario aseguran que Dylan había estado enfermo en los últimos meses y que su salud se deterioró rápidamente. Era cuidado por personal de confianza, mientras Fernández alternaba entre Buenos Aires y Madrid. “Se lo veía apagado, como cansado de todo”, comentó un allegado, en una frase que podría aplicarse también a su dueño.
Dylan fue testigo mudo del encierro pandémico, del cumpleaños de Fabiola en cuarentena, de los gritos detrás de las puertas y de un gobierno que se fue deshilachando entre internas y promesas incumplidas. Murió en paz, sin conferencias de prensa ni cadenas nacionales. Al fin y al cabo, el silencio fue siempre su mejor estrategia.

