Según un sondeo exclusivo de la consultora Pluricausas, realizado sobre 3.500 casos a nivel nacional, apenas 500.000 argentinos consumen programas de streaming de manera más o menos regular. El dato que más ruido generó en los pasillos de las productoras, sin embargo, es otro: solo el 4% de la población vio alguna vez un recorte de un programa de streaming, y el 89% fue incapaz de identificar el nombre de más de dos canales. Para decirlo en criollo: el universo del contenido nativo de Twitch, YouTube en vivo o plataformas híbridas no llega siquiera a rozar a la población general. Y queda confinado a un microclima más parecido a una tribu digital que a una audiencia masiva.
La comparación que surge del propio estudio terminó de encender las alarmas. En la misma encuesta, un 0,5% de los argentinos declaró practicar el budismo. “Estamos hablando de minorías del mismo orden”, explicó un analista de audiencias con larga trayectoria en televisión abierta y cable. “Lo que se percibe como un fenómeno avasallante es, muchas veces, un espejismo amplificado por bots, automatizaciones y un ecosistema que replica, multiplica y sobredimensiona interacciones que no necesariamente corresponden a personas reales”.
Pluricausas, que viene midiendo ecosistemas digitales desde la pandemia, también detectó un detalle que incomoda a los defensores del “nuevo mainstream”: la fuerte concentración demográfica del consumo. El núcleo duro del streaming se ubica en hombres jóvenes del AMBA, con un nivel educativo medio y afinidad por la cultura gamer. Fuera de ese cuadrante, la penetración se desdibuja casi por completo. “Son audiencias intensas, sí, pero no son audiencias grandes”, resumió el especialista.
En el sector reconocen que el dato obliga a repensar inversiones, expectativas y narrativas. La aspiración de que el streaming desplace a la televisión como espacio de conversación nacional, al menos por ahora, parece más un slogan que una tendencia real. Mientras tanto, los budistas —una comunidad estable, silenciosa, históricamente marginal— resultan ser, según este estudio, más numerosos que los consumidores de la supuesta gran revolución mediática del siglo XXI. Una ruidosa y otra un tanto más silenciosa y milenaria, pero dos burbujas al fin.

